EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS
El origen de esta fiesta hay que buscarlo en la
dedicación del Panteón romano a Santa María y a todos los mártires. Desde el siglo IX, por iniciativa del monje
Alcuino (*), reunimos también en la
fiesta de este día a todos los santos. Y
cuando decimos “todos” nos referimos a la totalidad de los salvados por la
misericordia de Dios.
Esta celebración tiene muchas y profundas
lecturas. Fijémonos hoy en que es la
fiesta de los santos anónimos, los que no fueron canonizados, los que no tienen
altar, los que no tuvieron seguidores que llevaran adelante sus procesos de
canonización. Son santos y santas que
quizás hemos conocido y han convivido con nosotros (quizás algún familiar o algún
amigo nuestro), que amaron a Dios, le fueron fieles en el anonimato y
cumplieron las bienaventuranzas, piedra de toque del cristianismo.
Todos ellos merecen ese premio que solo Dios
les puede y les quiere dar, puesto que en este mundo no recibieron ninguna
recompensa. Son muchísimos. Sólo Dios los puede contar. Esta fiesta es el triunfo de la redención
realizada por Cristo.
(*) Eminente educador, intelectual y teólogo; nació alrededor
de 735 y murió el 19 de mayo de 804. Procedía de una familia noble de Northumbria, aunque se discute el lugar de
nacimiento, posiblemente cerca de York. De niño entró en la escuela de la catedral fundada por
el arzobispo Egberto, atrayendo enseguida la atención del maestro de la
escuela, Aelbert, así como la del arzobispo, por su piedad y aptitud; ambos
dedicaron especial atención a su educación. En su juventud hizo varias visitas al continente,
en compañía de su maestro. En 767 Aelbert sucedió al arzobispo de York y
naturalmente cayó sobre Alcuino la responsabilidad de dirigir la escuela, a la
que dedicó los siguientes quince años, atrayendo a numerosos estudiantes y
enriqueciendo la ya valiosa biblioteca.
Al volver de Roma en marzo de 781,
conoció a Carlomagno en Parma y fue convencido por el príncipe que se
trasladarse a Francia a la corte real como “Maestro de la Escuela de
Palacio”, que estaba en Aquisgrán la mayoría del tiempo,
pero que se movía de lugar en lugar, cuando se cambiaba la residencia real. En
786 volvió a Inglaterra, al perecer por importantes
asuntos eclesiásticos y de nuevo en 790, esta vez enviado por Carlomagno.
Alcuino asistió al sínodo de Frankfort de 794 y tomó parte importante en la
redacción de los decretos que condenaban el adopcionismo así como en los esfuerzos posteriores para
conseguir la sumisión de los recalcitrantes prelados españoles.
En 796, cumplidos los sesenta años, queriéndose retirar
del mundo, fue nombrado por Carlomagno abad
de San Martín de Tours, donde en los años de su declinar, pero de celo
creciente, se fundó una escuela monástica modélica, reuniendo libros y
atrayendo a estudiantes de cerca y de lejos, como antes había hecho en
Aquisgrán y York.
Murió el 19 de mayo de 804. Parece que sólo fue diácono, que era además el título que prefería para sí al
firmar sus cartas "Albinus, humilis Levita". Algunos han pensado que
se ordenó sacerdote al final de sus días. Su desconocido biógrafo al
describir este período dice de él "celebrabat omni die missarum
solemnia"(Jaffé, "Mon. Alcuin., Vita," 30). En una de sus
últimas cartas Alcuino reconoce el regalo de una casula o casulla, que promete usar en las missarum solemniis (Ep. 203).
Es probable que fuera monje benedictino,
aunque esto también se ha discutido, manteniendo algunos historiadores que era
simplemente un miembro del clero secular, aun cuando ejercía de abad
en Tours.
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