Una
historia preciosa, emocionante y llena de verdad.
Ojalá
Dios le ayude y permita que nos dure mucho, mucho tiempo, el suficiente para
que haga todo lo que tiene que hacer en el seno de esta iglesia tan
convulsionado.
LA TIA COCHELA TENIA
RAZON
En una muy humilde escuela de la zona de “Los Polvorines”, en cercanías de
Campo de Mayo, Buenos Aires, en donde los niños concurrían tal vez más por
obtener su plato de comida que para estudiar, estaba la maestra (que jamás se
consideró una trabajadora de la educación), a pura vocación, ayudando a sus
alumnos a hacer la tarea después del comedor, cuando súbitamente dos jóvenes
seminaristas, flacos y embarrados hasta las rodillas, golpearon sus manos, a
modo de pedir permiso para ingresar, ofreciéndose para colaborar en la
educación de los chicos.
uno de los que se ofreció a trabajar.
La maestra los invitó muy gentilmente a pasar y agradeció a los hombres de
Dios su buena voluntad, pero les aclaró que ella no disponía en la escuela de
dinero para pagar sus servicios, a lo que los visitantes respondieron “con que
nos dé de comer estaremos muy bien pagados”, pues ellos eran Jesuitas, pobres y
en plena acción evangelizadora.
Fue así que los nobles sacerdotes estuvieron trabajando con los chicos del
barrio durante varios meses, tiempo que grabó para siempre en el corazón de la
maestra, la capacidad de amar que mostraban los curas especialmente uno de
ellos al que llamaban Jorge.
La vida transcurrió, los jóvenes jesuitas continuaron su labor eclesiástica
y la maestra con su titánica tarea educativa, siempre en barrios carenciados,
obreros y populares, a pesar de ser ella misma una señora de buena posición
socio cultural y, así continuó su vida, luego como secretaria, vicedirectora,
directora, supervisora y por fin, jubilada por unos pocos pesos.
¿Conoces al celebrante?
Ya entrada en su tercera edad, la maestra concurría a misa en la iglesia
del Pilar y un buen día creyó ver en el “monseñor” que daba la misa, a un viejo
conocido. Inquieta, como siempre fue, esperó la finalización de la misa y se
acercó al sacerdote preguntándole si él no era el padre Jorge...
Habían pasado unos 35 años y monseñor detuvo su mirada en la pequeña
abuela, la miró a los ojos, dibujó una sonrisa en su gesto y con total alegría
le dijo: claro que soy el padre Jorge, y usted es la maestra de “Los
Polvorines”. La maestra, Cochela, no pudo evitar romper en llanto de emoción y
pidió permiso al ahora monseñor para poder visitarlo. Provocando una nueva
sonrisa en el cura que le dijo que se enojaría si no viniera a verlo seguido.
La maestra jubilada volvió a su casa a contarle a Coiche, su hermana mayor y a
toda la familia la alegría de su encuentro y la mayor alegría aún de haber
logrado el permiso para visitar a su viejo amigo en la parroquia.
A partir de ese momento, Cochela visitaría mensualmente a monseñor, siempre
llevándole todo tipo de ofrendas, escritos, viejas fotografías en blanco y
negro, y entre ellas se destacaban sus “Chipás”, lo que además la
caracterizaban por su exquisitez y por su origen correntino. La anciana no
necesitaba ver personalmente a monseñor, ella se conformaba con que su
secretario le entregue sus presentes ya que no quería distraerlo de sus
ocupaciones. Sin embargo, a cada visita, cuando no lo encontraba a él, siempre
indefectiblemente seguía una llamada telefónica de monseñor, en persona, para
agradecer la deferencia y el cariño que sus visitas evidenciaban.
Y llegó a Cardenal
Cochela jamás pidió nada a monseñor, y monseñor fue Cardenal, y Obispo de
su ciudad, y ella vivía cada homilía del padre Jorge como dando crédito a que
escuchaba la palabra de Dios. Leía y releía una y mil veces las notas
periodísticas que se publicaban sobre el cardenal. El padre Jorge siempre le
dio afecto, mucho cariño y la acarició con su misericordiosa mirada, pero
también siempre le pidió algo, algo inusual y llamativo en un cura. Siempre le
pidió que rece por él, que lo necesitaba para poder hacer mejor su trabajo como
hombre de Dios. Y Cochela cumplía, acabadamente ese pedido, y también invitaba
a familiares y amigos a rezar por el padre Jorge, que ahora era monseñor pero
que iba “a ser Papa porque ese hombre es un santo, yo lo conozco muy bien desde
que empezó a caminar en el barro para ayudar a los pobres y además es jesuita,
es muy bueno, honesto y humilde, va a ser Papa”, repetía hasta el hartazgo.
Oren por él.
La vida fue muy dura con Cochela porque aunque la llenó del afecto de sus
familiares y amigos, no le permitió tener hijos, también perdió a su compañero
muy temprano, pero ella nunca se quejó, siempre tuvo una sonrisa para todos, y
cuando digo todos es todos, hasta con quienes le hacían el mal, hasta a los
delincuentes que le tocó enfrentar los “retaba” cariñosamente para que tomen el
buen camino, agregando indefectiblemente a sus palabras un único final:
“mi´hijo”, lo que demostraba claramente que cada una de sus frases eran dichas
como la madre que no pudo ser.
También fue dura su partida, la vejez comenzó a hacer estragos en su salud,
especialmente en su salud mental y una demencia senil se apoderó de sus últimos
días, enfermedad que la comenzó a enajenar y de la que sólo se logró evadir
cuando esporádicamente reconocía a alguno de sus seres más queridos y cuando
hablaba de “Bergoglio, el cura que según ella sería Papa, porque es un hombre
Santo”.
Cochela la maestra
Al pasar meses sin visitarlo Bergoglio quiso saber que era de la vida de
Cochela, enterándose que ella estaba muy enferma y que le quedaba poco tiempo
de vida. Una tarde de diciembre de 2011, estaba Cochela dormida en compañía de
su hermana mayor, su enfermera y familiares, cuando en el pequeño departamento
de avenida Las Heras sonó el portero eléctrico, la visita se identificó
simplemente como Jorge Bergoglio, que venía a vistar a Cochela, llegó sólo, de
a pié y con una única misión, darle la unción de los enfermos a su antigua
Benefactora de “Los Polvorines”,
no sabemos si lo reconoció o no, pero si sabemos que pocos días
después partió a reunirse con su marido en la eternidad, desde donde seguro
hizo lobby ente Dios para que su profecía se haga realidad.
Y el cura Jorge Bergoglio fue Papa, como decía Cochela, ante las incrédulas
orejas de quienes tanto la amamos, pero que en eso no la supimos tomar en
serio. Cochela tenía razón y seguramente Francisco Primero también será un
santo cuando le toque, tanto amor, tanta devoción, sin dudas tienen sentido.
La maestra, Cochela, es María Beatriz Solari de Cichero, mi amada tía,
mi segunda mamá. Pocos meses después falleció Coiche, su inseparable hermana y
mi gran madre.
Ruego una oración en su memoria y para que el Papa Francisco tenga las
fuerzas necesarias para reencauzar a nuestra iglesia y colaborar a la paz del
mundo y a la felicidad de los pobres.
Me colma de felicidad y orgullo cristiano haberme equivocado y pido perdón
por no haberla sabido tomar en serio, Cochela, tenía razón… AB
No se puede negar que la historia es preciosa. ¿No te ha emocionado?
—
Ahora hay que rezar mucho por él
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