jueves, 20 de febrero de 2014

Celebración de la fantasía - Eduardo Galenao




Cuando pensamos en nuestra niñez, sobre todo los que peinamos algunas canas, vienen a nuestra memoria innumerables celebraciones de fantasía que corrían por nuestras cabecitas y que nos hacían tan felices como a los niños de esta historia.
Los niños de hoy tienen hecho casi todo, digo casi porque algo tienen que poner de su parte para que las máquinas les hagan casa.


 

CELEBRACIÓN DE LA FANTASÍA

 

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo
 de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:


-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.

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