No
solo está clarísimo que si se abren ciertos cajones saldrían moscas (yo creo
que saldría otra cosa peor) sino que, por lo poco que les importa a los “hacedores”
de los libros y a los que les rodean, lo que están persiguiendo es, en lugar de
educar, deseducar… ¿por qué será?. Como
ellos llevan a sus hijos a colegios donde sí reciben una buena educación para
poder ser libres, lo que hacen con el resto es prepararlos para hacerles de
manada seguidora. Y encima se les sigue ofreciendo la otra mejilla para que nos
rompan la cara por entero.
¡¡Qué
tristeza!! Algún día esta juventud nos pedirá cuentas y harán muy bien en
dejarnos abandonados en las residencias porque es lo que nos merecemos.
Un asunto sospechoso
Arturo Pérez-Reverte
Han caído en
mis manos algunos libros de texto escolares para niños de diez a trece años.
Sólo fueron media docena, aclaro. Ignoro si todos tocan el mismo registro, o
por una siniestra casualidad cayeron en mis manos sólo raras bazofias. El
detalle es que con ellas se forman escolares en España. No sé si muchos o
demasiados, pero da igual: con los que he visto estudian miles de niños. Todo
lleva mucho dibujito, mucha estampita, mucho colorín. Como envoltorio. Y
dentro, unos textos escritos con desgana, sin criterio. Superficiales y sin
sentido. Hasta el punto de que su atenta lectura me deja en la tecla varias
preguntas. ¿Quién los hace?, es la primera. ¿Nadie es responsable de su
contenido?... Porque, aunque figuran nombres y editoriales, este aspecto parece
más bien difuso. No queda claro si se trata de autores con implicación directa
o de comités de lectura, supervisores apresurados de textos que redactan otros:
mano de obra barata que debe cumplir plazos urgentes, negros sin cualificación
y sin motivaciones. Porque dudo que gente solvente, seria, con autoridad
docente, sea responsable de algunas de las cosas que he visto.
Resulta
menos evidente en matemáticas, por ejemplo. En disciplinas donde dos y dos
suman cuatro. Pero cuando se refieren a lengua, conocimiento del medio y cosas
así, el desorden y la aparente improvisación saltan a la cara en cada página.
Las ideas básicas se pierden en detalles accesorios, lugares comunes,
vaguedades facilonas. La Historia se plantea sin cronología, con absurdos y
confusos saltos adelante y hacia atrás que nada establecen. Tampoco hay
lecturas, o muy pocas. Ni criterio. Sólo ideas simples sin contexto
intelectual, ni contrastes. Los textos se limitan a cumplir, supongo, con
programas generales; pero no ahondan en nada. Todo es falto de rigor, sin plan
último. Sin establecer qué conocimientos debe tener un niño para entender el
mundo en el que vive. Sin estrategia para determinar qué interesa que los niños
sepan, y cómo lograr que lo sepan: sólo tácticas oportunistas que buscan
hacerlo todo fácil y asumible. Hojeando esas páginas comprendo perfectamente
por qué hay niños de trece años que conocen los ríos de Valencia o de
Extremadura y no los de España. Por qué ignoran qué es una preposición o un
adverbio, para qué sirven y cómo deben usarse. Por qué hemos quitado a los
chicos la posibilidad de comprender, y de pensar usando lo que han comprendido.
Nadie lo
dice porque suena retrógrado; pero cualquier educador serio lo reconoce por lo
bajini: ¿cómo es posible que la ley de Educación de 1957, pese a su paternidad
franquista, siga siendo -en el país de los ciegos, el tuerto es rey- la más
seria y eficaz? ¿La que mejor preparaba a los niños en materias generales como
lengua, historia, lectura, redacción, literatura, ciencias naturales?... ¿Cómo
es posible que en todos estos años de democracia, con dos partidos alternándose
en el poder, no se haya llegado a un pacto de Estado en materia de Educación?
¿Que cada intento de consenso nacional se haya abortado por la vileza política,
la cobardía moral, la foto en prensa y el telediario? ¿Que todavía, en este
país desmemoriado, absurdo y ruin, haya tontos que sostengan, sin despeinarse,
que la actual generación es la más culta y mejor formada de nuestra historia?
¿Quieren saber mi
conclusión, con esos libros en la mano? ¿Lo que pienso al considerar que el
conocimiento se renueva cada década, pero nuestros textos escolares cambian de
año en año?... Pues que a ciertos editores y a quienes eligen esos libros para
sus alumnos les importa un carajo la calidad. Todo es banalidad y nada es
cultura. Para beneficio, naturalmente, de oportunistas y de golfos. De la
educación se ha hecho ideología; y de la ideología, negocio. Vivimos un presente
absurdo, sin pasado ni futuro: hemos rebajado la calidad de la enseñanza, y
cada comunidad, cada colegio, cada taifa, hace lo que quiere. Nadie combate las
faltas de ortografía, la incapacidad expresiva. No se trabaja la lengua, la
expresión, la sintaxis, la gramática. Los padres son los primeros en protestar
si se aprieta a los chicos en eso. Nadie quiere enfrentarse, comprometerse. En
la universidad aprueban exámenes que hace veinte años habrían suspendido en
bachillerato. Y así, los chicos llegan a los quince años sin saber nada. Y sin
querer saber. Lo que lleva a una última pregunta: los consejeros de Educación,
los maestros que eligen esos textos, los colegios, las asociaciones de padres,
madres y perritos que les ladren, ¿saben lo que hacen? ¿Tienen un método
riguroso, o también en eso, como en tantas cosas, hay cajones que no convendría
abrir, por si salen moscas?
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