Nada
que añadir por mi parte… todo está dicho
muy clarito.
A ver si somos capaces de
recuperar lo bueno del pasado con el mismo ardor con el que tratamos de echar
por tierra lo que creemos que no fue bueno.
ESO,
LA DECENCIA ... POR ALFONSO USSÍA
15 Julio 2012 - - Alfonso Ussía
Nadie se confunda. No defiendo un régimen autoritario. Sí a muchas
personas decentes que lo tuvieron todo al alcance de sus manos y no permitieron
que ni una sola peseta se desviara a sus bolsillos. He leído un formidable
artículo del no menos formidable Manuel Martín Ferrand, en ABC. Se lo dedica a
Claudio Carudel, y nos narra una inolvidable y divertida anécdota de un domingo
en el hipódromo. La Yeguada Militar competía con varios de sus caballos, y en
el hipódromo se presentó, conduciendo su «Seiscientos», el que era
Vicepresidente del Gobierno, el Capitán General Muñoz-Grandes. España salía de
su durísima posguerra y la economía temblaba. A Muñoz-Grandes no le gustó la
cantidad de coches oficiales con matrículas del PMM presentes en el
aparcamiento de socios. Habían acudido al hipódromo llevando a ministros,
subsecretarios y altos mandos militares. Llamó a uno de los conductores, el de
más rango, un brigada de Infantería, y le ordenó que volvieran a Madrid a sus
respectivos garajes. Al término de la reunión hípica, los ministros,
subsecretarios y altos jefes militares que habían acudido en sus coches
oficiales con sus esposas se las vieron y desearon para conseguir un taxi que
los llevara a sus casas. El Capitán General volvió en su flamante
«Seiscientos».
El palacete de Castellana 3 albergaba la Presidencia del Gobierno.
Era el Día de la cuestación en beneficio de la ayuda contra el cáncer. Presidía
la mesa petitoria instalada ahí la esposa del entonces Presidente del Gobierno,
el Almirante Carrero Blanco. La mujer de Carrero, Carmen Pichot, para agradecer
a sus compañeras de mesa la colaboración prestada, encargó en el inmediato
restaurante «Jockey», templo sagrado de la gastronomía madrileña, unas bandejas
de canapés y unas bebidas. Llegó el Almirante y reconoció, por el inconfundible
cuello verde de los camareros de «Jockey», a quien servía los canapés y las
bebidas. Y amablemente le preguntó por el motivo de su presencia. «La señora de
Carrero Blanco nos ha encargado este servicio». «Pues servicio cancelado», dijo
Carrero. Y dirigiéndose al camarero, que era el célebre Torres, por quien supe
del sucedido: «Muchas gracias. No tenemos dinero para pagar un restaurante tan
caro. Dígale al señor Cortés de mi parte que considero sus canapés como su
aportación a la lucha contra el cáncer». Cortés, enterado del asunto, se
presentó en la mesa y depositó un generosísimo donativo.
Casualmente y por haberlos conocido desde muchos años atrás en
Comillas, soy amigo de Agustín Muñoz-Grandes Galilea, Teniente General e hijo
del Capitán General Muñoz-Grandes, y de Luis Carrero Blanco Pichot, Almirante
de la Armada. Dos personas excepcionales, militares ejemplares y abiertos al
respeto por todas las ideas. Sus padres fueron dos personajes con un poder
ilimitado en todos los sentidos. Sus hijos no heredaron de ellos otra cosa que
el ejemplo de la honestidad. Tanto uno como otro viven modestamente de sus
pensiones de retiro después de cuarenta años de servicio a España en las
Fuerzas Armadas. Se podrá discutir el beneficio o el perjuicio que las ideas
políticas –para mí, supeditadas a la interpretación militar de su situación–
procuraban en aquellos momentos. Pero nadie, ni sus más enconados enemigos, ni
sus más resentidos adversarios, pueden poner en duda la decencia y honestidad
de aquellos poderosísimos señores que durante decenios, y hasta su muerte,
cerraron sus bolsillos al vuelo de una peseta ajena.
Tomen nota los de ahora ...
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