Muy buen
artículo si, como dice este sociólogo, queremos subir de nivel y situarnos
dentro del plano que actualmente necesita la iglesia y los seguidores de
Cristo.
Los
problemas planteados en un determinado nivel sólo se resuelven de verdad
subiendo de nivel y situándose en un plano más alto. Éste era el motivo de fondo de
mi postal anterior titulada ¿Una generación clerical perdida?, en la que me
atrevía a decir que la generación clerical postconciliar hispana no había
sabido resolver los problemas reales de la Iglesia, ni ofrecer una aportación
real y creadora a la sociedad.
Los
problemas no son de los miembros particulares de esa generación, que no han
sido ni mejores ni peores que los de otras generaciones (¡quizá mejores!), sino
de la misma estructura clerical (nombramiento de obispos, formación de
candidatos…), que ha intentado mantener lo que había, no para recrearlo, como había
pedido el Vaticano II. Y queriendo mantener lo que había (que ya no existe, ni
responde a los problemas actuales, ni a la dinámica del Evangelio) está
corriendo el riesgo de perderlo.
Los
responsables de esa generación han debido enfrentarse a grandes problemas
interiores y exteriores (de iglesia y sociedad, de economía y política, de
cultura y vida…) y han querido resolverlos en su nivel (retornando a lo
anterior), en vez de aventurarse de manera creadora y buscar un nivel más alto,
como pedía el Vaticano II. Es evidente que, en un plano, han fracasado, no por
culpa de ellos, sino de un tipo de estructura y del mismo cambio de los
tiempos, que ha colocado en otros mares el
barco de la Iglesia; cuando pensábamos estar en un sitio nos
hallamos en otro (conforme a lo que pasa en la «derrota» del barco, en sentido
náutico).
En ese
contexto quise contar ayer la parábola de las Dos Ancianas (novelas de V.
Wallís) que había sido comentada y aplicada en un sentido extenso por M. J.
Arana:
a. Una tribu
que no sabía resolver sus problemas expulsaba a dos ancianas, condenándolas a
morir de frío en el duro Árctico.
b. Pero las
ancianas aprendieron a responder de otra manera, subieron de nivel y
resolvieron problemas que los jóvenes no habían sabido resolver.
c. Esas
ancianas enseñaron nuevamente a los jóvenes a enfrentarse de un modo distinto a
los problemas de la vida, en un nivel más alto.
De fondo
había una lección: Pienso que los “viejitos” del tiempo del Concilio,
dispuestos a cambiar desde el Espíritu, pueden ayudarnos todavía, con su
fidelidad, con su ejemplo de «aggiornamento» profundo, no de simple maquillaje
falsamente estético.
El
tema de las generaciones clericales
Desde ese
fondo quise situar, muy en general, el tema de las generaciones clericales
hispanas, tras el Vaticano II, a la luz de la apertura del Papa Francisco:
a. La
generación conciliar supone responder (en general), aceptó el Concilio con
generosidad, se dispuso al cambio, supo subir de nivel.
b. Pero la
generación post-conciliar tuvo miedo, quizá por sí misma, quizá por las
directrices que venían de Roma, quizá por los mismos obispos, nombrados para
mantener lo anterior, no para recrearlo a la luz del Vaticano II y del
Evangelio. Y como sucede en estos casos aquello que se quiere sólo mantener se
pierde. Para resolver los problemas hay que subir de nivel, y esta generación
no ha querido o no ha podido (o no le han dejado ) hacerlo. En ese sentido he
dicho que ha sido (en parte, en general) una generación perdida.
c. La nueva
generación (la que ahora nace, la que debe empezar) tiene pues una tarea más
grande, y para ello tiene que empalmar con la generación conciliar (con las dos
viejitas de la parábola de Wallis), sabiendo que sólo se conserva lo que se
recrea y que sólo se resuelven los problemas subiendo de nivel.
Un
nivel más alto, con la ayuda de F. J. Elzo
En el plano
en que actualmente se sitúa la generación postconciliar, con sus obispos (en
general), con sus planes de presencia pastoral y social, con su visión del
mundo, los problemas de la Iglesia hispana (y quizá mundial) no tienen
solución. Para ser fieles al fermento de Jesús hay que subir de nivel,
volviendo por un lado al Evangelio y por otro a la Realidad social y eclesial
de nuestro tiempo.
Éste no es
un argumento simplemente teológico, sino también social o sociológico, como ha
puesto de relieve Javier Elzo, en su nuevo libro Los cristianos ¿en la
sacristía o tras la pancarta? Reflexiones de un sociólogo (PPC, Madrid 2013).
Es un libro que no trata directamente de lo que yo voy diciendo en esta postal,
pero que concuerda básicamente con mis reflexiones.
No lo digo
yo, lo dice un sociólogo creyente, con gran autoridad. En el nivel en que se
está moviendo, en sus niveles de dirección más alta, la iglesia clerical no
responde al evangelio, ni resuelve los problemas cristianos de la actualidad,
ni aporta su fermento a la vida social.
No se trata
de condenar al clero, pues hay cientos y cientos, y miles y miles de pastores y
de cristianos comprometidos que son de una gran altura humana. Se ha dicho a
veces que con estos mimbres sólo se pueden hacer estos cestos. Pues bien, eso
no es cierto.
Con los
mimbres actuales se pueden hacer cestos muy distintos. Con la mayoría de los
pastores actuales se pueden hacer trabajos más hondos, pero sólo subiendo de
nivel. Estos ministros han sido y siguen siendo lo mejor del tesoro de la
Iglesia, y así quiero rendirles aquí mi homenaje de admiración y de agradecimiento.
Pero el “sistema oficial” en que están insertos no funciona.
Hay
que subir de nivel, en un plano sociológico y evangélico. Así quería decirlo yo ayer, con
la parábola de las Dos Ancianas, apelando al Espíritu del Concilio, que nos
puede ayudar a situarnos mejor ante los temas pendientes. Así lo dice en otro
plano J. Elzo en su libro. Subamos de nivel, antes de que sea demasiado tarde
(como he propuesto en mi libro La historia de Jesús, Verbo Divino, Estella
2013).
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