lunes, 4 de marzo de 2013

¡¡¡Todos a Javier!!!!


¡Todos a Javier!

Los navarros y todos los que quieran unirse a una marcha singular, tienen una cita muy especial a mediados de marzo. El objetivo es alcanzar andando el Castillo de Javier.

 Javier Mazorra 


El punto de partida puede ser cualquier lugar del antiguo Reino de Navarra, aunque todos terminan uniéndose en Sangüesa, a siete kilómetros de donde nació Francisco de Jasso Azpilcueta Atondo y Aznares de Javier, más conocido como Francisco de Javier.
Las dos grandes Javieradas, como se conocen a estas caminatas, se desarrollan el domingo anterior al 12 de marzo (La Marcha a Javier) mientras que al sábado siguiente, de forma más multitudinaria, se celebra el final del invierno con una caminata tan larga como permitan las fuerzas de cada uno.
Dicen que todo comenzó en Nápoles en 1634, cuando un tal Marcelo Maestrillo, herido de gravedad, refirió la aparición del santo indicándole que se curaría si realizaba una novena antes del día de su canonización, que había tenido lugar el 12 de marzo de 1622. Muy pronto esa Novena de Gracia desembocaría en una peregrinación popular que terminaría convirtiéndose, ya en el siglo XX, en las Javieradas que conocemos hoy en día.

Castillo de cuento de hadas

Para algunos significa la primera puesta a punto del año, tanto a nivel físico como espiritual; para otros una antesala a los sanfermines; para muchos es sin embargo una forma distinta de adentrarse en uno de los rincones más carismáticos de Navarra, la antigua merindad de Sangüesa, donde vale la pena explorar la villa que le ha dado nombre, con palacios, iglesias medievales y el panteón de los primeros reyes de Pamplona, antecesores de los de Navarra. Y también impresionantes foces naturales como la de Lumbier y el cercano Monasterio de Leire, uno de los conjuntos arquitectónicos medievales más sobresalientes del norte de la península.
Al final se alcanza el emblemático Castillo de Javier, la fortaleza más carismática del reino de Navarra en su frontera oriental con Aragón. Aunque el Cardenal Cisneros mandó desmantelarla tras la conquista castellano-aragonesa, sólo se hizo de forma simbólica habiendo sobrevivido a todo tipo de embates. Allí tenía su cuartel general una de las familias más poderosas del reino. Cuando en 1506 nació el futuro San Francisco, su padre Juan de Jasso era nada menos que presidente del Real Consejo de los Reyes de Navarra.
El castillo que parece salido de un cuento de hadas consta de tres cuerpos, sucesivamente escalonados en orden de antigüedad. La parte más antigua se remonta al siglo X (quizá de origen musulmán) aunque no fue hasta el siglo XIII cuando se agregaron sus características torres, dos poligonales y dos flanqueantes. Hay que fijarse en la Torre del Santo Cristo en cuyo interior se guardan curiosas pinturas murales representando la danza de la muerte además de un antiquísimo crucifijo; así como la del Homenaje, dedicada a San Miguel.

Patrón de los viajeros

Hoy en día todo gira en su interior en torno a la vida del Santo al que en el siglo XIX se le dedicó una basílica contigua, diseñada por Ángel Goicoechea siguiendo las directrices de la Duquesa de Villahermosa, la última propietaria, antes de ser entregada a la orden de los Jesuitas, uno de cuyos fundadores fue precisamente este San Francisco que habría que convertir en el patrón de los viajeros.
Después de estudiar en la Sorbona de Paris y viajar extensamente por Italia y Portugal, dedicaría el resto de su vida a explorar desde Goa en la India a gran parte de las costas asiáticas, recalando en la actual Sri Lanka, Malaca, las islas Molucas, Japón -donde introduce el catolicismo- y China -donde terminaría muriendo en 1552 cerca de Cantón, después de haber recorrido más de 120.000 kilómetros-.

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