Como se puede ver por este
artículo, no hay que hacer más leyes para estos casos lo que hay que hacer es
aplicar las que ya tenemos que están son suficientes para regular toda clase de
manifestación popular.
Lo que pasa en este país
es que parece que siempre tienen más derechos los llamados “alborotadores/destrozadores”
que, además seguro que cobran por ser tan cafres, que el ciudadano de a pie
que, a la postre, es el paganini en todos los sentidos de estos desaguisados.
Apliquénlas ya!!!!!
El Derecho de manifestación; por Ramón Rodríguez Arribas, Exvicepresidente del Tribunal Constitucional
El día 26 de marzo de 2014, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Ramón Rodríguez Arribas, en el cual el autor opina sobre los derechos de reunión y manifestación.
El DERECHO DE MANIFESTACIÓN
Fue en mayo de 1973, en un viaje a
Londres, cuando asistí a un edificante espectáculo de democracia. Estábamos en
Trafalgar Square cuando vimos una manifestación que circulaba por una de las
calles próximas a la plaza. Una fila de bobbies, con sus tradicionales
uniformes, caminaba lentamente por la calzada junto al encintado de la acera, y
por ella marchaban un centenar de personas portando pequeñas pancartas, así como
coreando sin estridencia frases de protesta de forma intermitente. Pensé que se
debería llevar a España tal ejemplo de civismo, libertad y respeto a los demás,
y así me ocupé de comentarlo a mi regreso.
Cierto es que no todas las
manifestaciones en Inglaterra son tan tranquilas; en agosto de 2011 la
lamentable muerte de un joven de raza negra en Tottenham, por disparos de la
Policía, desató unos graves disturbios, con daños, asaltos e incendios. También
ha de recordarse que en aquella ocasión la enérgica acción de la Policía
metropolitana reprimió sin contemplaciones a los revoltosos, con más de tres
mil arrestados, que fueron juzgados con gran celeridad por los tribunales
londinenses, imponiendo, en menos de un año, en unos casos crecidas multas que siempre
se pagan, y en otros, penas de cárcel que no se perdonan nunca, porque en una
verdadera democracia los excesos en el uso arbitrario de un derecho no se
pueden tolerar.
En España la Constitución de 1978 nos
trajo felizmente, entre otros, el reconocimiento del derecho de reunión y
manifestación con la máxima amplitud, sin “autorización previa”, como dice el
artículo 21 CE, pero con límites, porque todos los derechos los tienen para
hacer posibles los derechos de los demás. Los únicos que no tienen límites son
el tirano y los pequeños tiranuelos que hacen lo que les viene en gana sin
sujeción a norma jurídica alguna.
Los límites de este derecho son que la
reunión o manifestación sea “pacífica y sin armas” en todo caso y que se
comunique previamente a la autoridad en el caso de que se vaya a celebrar en
“lugares de tránsito público”.
Para entender qué es una reunión o
manifestación pacífica, lo más útil es analizar cuándo no lo es; pues bien, no
puede considerarse pacífica la que, aunque comience con normalidad, acaba con
la quema de contenedores y cajeros, la rotura de escaparates y el
enfrentamiento con la Policía, sin que modifique esta condición no pacífica la
atribución de esos actos de vandalismo a una minoría descontrolada, porque esas
circunstancias no se dan en las manifestaciones verdaderamente pacíficas, como,
por ejemplo, las de las víctimas del terrorismo, y tampoco son manifestantes
pacíficos los que no denuncian a los violentos y no abandonan la manifestación
cuando comienzan a actuar los que ejercen la violencia.
Por otra parte, cuando se habla de que
la reunión o manifestación ha de ser “sin armas”, casi siempre se piensa en las
de fuego, pero la verdad es que también lo son y convierten el acontecimiento
en ilegal si algunos de los participantes llevan navajas, puños americanos,
cadenas, palos, piedras, tiradores con bolas de acero, bates de béisbol,
botellas de gasolina o cualquier otro instrumento cortante, punzante,
contundente, arrojadizo o inflamable, capaz de causar lesiones o daños.
Todo lo dicho vale para las reuniones
y manifestaciones que se vayan a celebrar en lugares que, privados o no, no lo
sean de tránsito público. Cuando la concentración o manifestación se va a
producir en una calle, plaza, carretera, autopista y cualquier otro espacio por
donde los ciudadanos -también los que no se manifiestan- tienen derecho a
circular “libremente”, según el artículo 19 de la Constitución, es necesario
“comunicarlo” previamente a la autoridad, que solo podrá prohibirlo (pero quede
claro que las manifestaciones se pueden prohibir legítimamente), sean
comunicadas o no, “cuando existan razones fundadas de alteración del orden
público, con peligro para personas o bienes”; esto es, por ejemplo, cuando se
prevé, por la experiencia de lo que ha sucedido en otros casos similares, que
se van a producir algaradas o cuando los fines anunciados por los propios
convocantes son claramente ilegales, como, también por ejemplo, asaltar o
impedir el acceso a un edificio oficial o privado, ocupar de manera permanente
e indefinida el espacio público, derribar un gobierno legítimamente elegido,
subvertir las instituciones constitucionales, impedir el cumplimiento de las
leyes o la ejecución de las sentencias judiciales y acabar con el sistema
político democrático.
Hasta aquí lo que viene a decir la
Constitución sobre el derecho de reunión y manifestación, lo que es de
aplicación directa y por encima de cualquier otra norma. Pues bien, solo con la
Constitución, entendida a la luz del común sentido, cualquier observador de
buena fe descubre, con toda facilidad, tanto que la mayoría de las
manifestaciones que se producen en España son ejercicio legítimo de un derecho
constitucional como cuáles otras no lo son, sin perder de vista que, aunque
estas últimas sean estadísticamente minoritarias, no pueden minimizarse, y
menos ejercitar la compresión con sus instigadores, organizadores y
participantes activos, no solo por su naturaleza antijurídica, sino porque
pudieran tener un origen y unos fines, comunes, dirigidos a la desestabilización
de nuestras instituciones democráticas. En ello nos jugamos mucho todos.
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