Gracias
papa Francisco. A ver si se dan cuenta
tantos y tantos funcionarios de la iglesia de que hay que estar con quien Cristo
nos indicó. Ya es hora de dejar tanto “din” y tanto “don” tirado en la cuneta.
FRANCISCO
ANUNCIA UNA «CONVERSIÓN» DEL PAPADO EN SU PRIMERA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida
entera de los que se encuentran con Jesús». Así empieza la Exhortación
apostólica «Evangelii Gaudium» en la que el Papa Francisco recoge la riqueza de
los trabajos del Sínodo dedicado a «La nueva evangelización para la transmisión
de la fe» celebrado del 7 al 28 de octubre de 2012. «Quiero dirigirme a los
fieles cristianos –escribe el Papa- para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora
marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los
próximos años». Se trata de un fuerte llamamiento a todos los bautizados para
que, con fervor y dinamismo nuevos, lleven a los otros el amor de Jesús en un
«estado permanente de misión», venciendo «el gran riesgo del mundo actual»: el
de caer en «una tristeza individualista».
El Papa invita a «recuperar la frescura original del
Evangelio», encontrando «nuevos caminos» y «métodos creativos», a no encerrar a
Jesús en nuestros «esquemas aburridos». Es necesaria «una conversión pastoral y
misionera, que no puede dejar las cosas como están» y una «reforma de
estructuras» eclesiales para que «todas ellas se vuelvan más misioneras». El
Pontífice piensa también en «una conversión del papado» para que sea «más fiel
al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la
evangelización». El deseo de que las Conferencias episcopales pudieran dar una
contribución a fin de que «el afecto colegial» tuviera una aplicación
«concreta» –afirma- todavía «no se realizó plenamente». Es necesaria «una
saludable descentralización». En esta renovación no hay que tener miedo de
revisar costumbres de la Iglesia «no directamente ligadas al núcleo del
Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia.
Signo de la acogida de Dios es «tener templos con las
puertas abiertas en todas partes» para que todos los que buscan no se
encuentren «con la frialdad de unas puertas cerradas». «Tampoco las puertas de
los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera», así, la Eucaristía
«no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para
los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que
estamos llamados a considerar con prudencia y audacia». El Papa reitera que
prefiere una Iglesia «herida y manchada por salir a la calle, antes que una
Iglesia... preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña
de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente... es que
tantos hermanos nuestros vivan» sin la amistad de Jesús.
El Papa indica las «tentaciones de los agentes
pastorales»: individualismo, crisis de identidad, caída del fervor. «La mayor
amenaza» es «el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual
aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va
desgastando». Exhorta a no dejarse vencer por un «pesimismo estéril» y a ser
signos de esperanza poniendo en marcha «la revolución de la ternura». Es
necesario huir de la «espiritualidad del bienestar» que rechaza los
«compromisos fraternos» y vencer «la mundanidad espiritual» que consiste en
«buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana». El Papa habla de
los que «se sienten superiores a otros» por ser «inquebrantablemente fieles a
cierto estilo católico propio del pasado» y, «en lugar de evangelizar lo que se
hace es... clasificar a los demás», o de los que tienen un «cuidado ostentoso
de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin
preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción» en las necesidades de
la gente. Se trata de «una tremenda corrupción con apariencia de bien... ¡Dios
nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!».
Lanza un llamamiento a las comunidades eclesiales a no
caer en envidias ni en celos «dentro del Pueblo de Dios y en las distintas
comunidades, ¡cuántas guerras!». «¿A quién vamos a evangelizar con esos
comportamientos?» Subraya la necesidad de hacer crecer la responsabilidad de los
laicos, mantenidos «al margen de las decisiones» a raíz de «un excesivo
clericalismo». Afirma que «todavía es necesario ampliar los espacios para una
presencia femenina más incisiva en la Iglesia», en particular «en los diversos
lugares donde se toman las decisiones importantes». «Las reivindicaciones de
los legítimos derechos de las mujeres... no se pueden eludir superficialmente».
Los jóvenes deben tener «un protagonismo mayor».
Frente a la escasez de vocaciones en algunos lugares,
afirma que «no se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de
motivaciones». Afrontando el tema de la inculturación, recuerda que «el
cristianismo no tiene un único modo cultural» y que el rostro de la Iglesia es
«pluriforme». «No podemos pretender que los pueblos de todos los continentes,
al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos
europeos en un determinado momento de la historia». El Papa reafirma la «fuerza
activamente evangelizadora» de la piedad popular y alienta la investigación de los
teólogos, invitándoles a llevar en el corazón «la finalidad evangelizadora de
la Iglesia» y a no contentarse con «una teología de escritorio».
Se detiene «con cierta meticulosidad, en la homilía»
porque «son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran
ministerio y no podemos hacer oídos sordos». La homilía «debe ser breve y
evitar parecerse a una charla o una clase», debe saber decir «palabras que
hacer arder los corazones», huyendo de «una predicación puramente moralista o
adoctrinadora». Subraya la importancia de la preparación: «Un predicador que no
se prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable». «Una buena
homilía... debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen». La predicación
debe ser positiva para que de «siempre... esperanza» y no nos deje «encerrados
en la negatividad». El anuncio mismo del Evangelio debe tener características positivas:
«cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena».
Hablando de los retos del mundo contemporáneo, el Papa
denuncia el sistema económico actual: «es injusto en su raíz». «Esa economía
mata» porque predomina «la ley del más fuerte». La cultura actual del
«descarte» ha creado «algo nuevo»: «Los excluidos no son «explotados» sino
desechos, "sobrantes"». Vivimos en una «nueva tiranía invisible, a
veces virtual», de un «mercado divinizado» donde imperan la «especulación
financiera», «una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta». Denuncia
los «ataques a la libertad religiosa» y «las nuevas situaciones de persecución
a los cristianos... En muchos lugares se trata más bien de una difusa
indiferencia relativista». La familia –prosigue el Papa- «atraviesa una crisis
cultural profunda».
Insistiendo en «el aporte indispensable del matrimonio
a la sociedad», subraya que «el individualismo posmoderno y globalizado
favorece un estilo de vida que... desnaturaliza los vínculos familiares».
Reafirma «la íntima conexión que existe entre
evangelización y promoción humana» y el derecho de los pastores «a emitir opiniones
sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas». «Nadie puede
exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas,
sin influencia alguna en la vida social». Cita a Juan Pablo II cuando afirma
que la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la
justicia». «Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría
teológica» antes que sociológica. «Por eso quiero una Iglesia pobre para los
pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos». «Mientras no se resuelvan
radicalmente los problemas de los pobres... no se resolverán los problemas del
mundo». «La política, tan denigrada» –afirma- «es una de las formas más
preciosas de la caridad» . «¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a
quienes les duela de verdad... la vida de los pobres!». Después una
advertencia: «Cualquier comunidad de la Iglesia» que se olvide de los pobres
«correrá el riesgo de la disolución».
El Papa invita a cuidar a los más débiles: «los sin
techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los
ancianos cada vez más solos y abandonados» y los emigrantes, por los que
exhorta a los países «a una generosa apertura». Habla de las víctimas de la
trata de personas y de nuevas formas de esclavitud: «En nuestras ciudades está
instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas
de sangre debido a la complicidad cómoda y muda».
«Doblemente pobres son las mujeres que sufren
situaciones de exclusión, maltrato y violencia». "Entre esos débiles, que
la Iglesia quiere cuidar con predilección están «los niños por nacer, que son
los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su
dignidad humana». «No debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre
esta cuestión... No es progresista pretender resolver los problemas eliminando
una vida humana». A continuación un llamamiento al respeto de todo lo creado:
«estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que
vivimos».
Por cuanto respecta al tema de la paz, el Papa afirma
que «es necesaria una voz profética» cuando se quiere construir una
reconciliación falsa que «silencie» a los más pobres mientras «algunos no
quieren renunciar a sus privilegios». Para la construcción de una sociedad «en
paz, justicia y
fraternidad» indica cuatro principios: «El tiempo es
superior al espacio» significa «trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por
resultados inmediatos». «La unidad prevalece sobre el conflicto» quiere decir
obrar para que los opuestos alcancen «una unidad pluriforme que engendra nueva
vida». «La realidad es más importante que la idea» significa evitar que la
política y la fe se reduzcan a la retórica. «El todo es superior a la parte»
significa aunar globalización y localización.
«La evangelización -continúa el Papa- también implica
un camino de diálogo» que abre a la Iglesia para colaborar con todas las
realidades políticas, sociales, religiosas y culturales. El ecumenismo es «un
camino ineludible de la evangelización». Es importante el enriquecimiento
recíproco: «¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros!», por ejemplo, «en
el diálogo con los hermanos ortodoxos, los católicos tenemos la posibilidad de
aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su
experiencia de la sin«una identidad clara y gozosa», es «es una condición
necesaria para la paz en el mundo» y no oscurece la evangelización; «en esta
época adquiere gran importancia la relación con los creyentes del Islam»: el
Papa implora «humildemente» para que los países de tradición islámica aseguren
la libertad religiosa a los cristianos, también «¡teniendo en cuenta la
libertad que los creyentes del Islam gozan en los países occidentales!».
«Frente a episodios de fundamentalismo violento»
invita a «evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una
adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia». Y contra el
intento de privatizar las religiones en algunos contextos, afirma que «el
debido respeto a las minorías de agnósticos o no creyentes no debe imponerse de
un modo arbitrario que silencie las convicciones de mayorías creyentes o ignore
la riqueza de las tradiciones religiosas». Reitera de este modo la importancia
del diálogo y de la alianza entre creyentes y no creyentes. El último capítulo
está dedicado a los «evangelizadores con Espíritu», que son aquellos que «se
abren sin temor a la acción del Espíritu Santo» que "infunde la fuerza
para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en
todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente». Se trata de
"evangelizadores que oran y trabajan», conscientes de que "la misión
es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo»:
«Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente
de los demás». «En nuestra relación con el mundo-precisa-, se nos invita a dar
razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan».
«Sólo puede ser misionero –añade- alguien que se sienta bien buscando el bien
de los demás, deseando la felicidad de los otros»: «si logro ayudar a una sola
persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida». El Papa invita
a no desanimarse ante los fracasos o la escasez de resultados porque la
«fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada»;
«sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria». La Exhortación concluye con
una oración a María "Madre del Evangelio». «Hay un estilo mariano en la
actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María
volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño».
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