No
sé si esta historia es verdadera o no pero, sea lo que sea, es una forma muy
bella de confirmarnos que nuestro amor a Cristo debe pasar por el amor a
nuestro prójimo porque, como dice el salmo: “ya puedo yo tener todo el oro del
mundo, si no tengo amor, no tengo nada”.
Cuenta la tradición que los reyes viajaron desde el lejano oriente guiados
por una estrella y cargados con regalos para ofrecer al Mesías que nacería en
Belén.
Melchor, Gaspar y Baltasar, llegaron a tiempo al pesebre donde nació Jesús
y entregaron los regalos que traían para adorarlo: Oro, incienso y mirra.
Sin embargo, pocos saben que en realidad eran cuatro los reyes magos que
debieron haber llegado aquella noche a Belén, pero, ¿Qué pasó con el cuarto rey
mago?
Artabán era el nombre del rey que jamás conoció a Jesús.
Su historia se encuentra en algunos textos antiguos que dan cuenta del
largo camino que recorrió buscando a Jesús para entregarle el regalo que debió
haberle obsequiado la noche en que nació.
Artabán junto con Melchor, Gaspar y Baltasar, habían hecho planes para
reunirse en Borsippa, una antigua ciudad de Mesopotamia desde donde iniciarían
el viaje que les llevaría hasta Belén para adorar al Mesías.
El cuarto rey mago llevaba consigo una gran cantidad de piedras preciosas
para ofrecer a Jesús, pero cuando viajaba hacia el punto de reunión encontró en
su camino a un anciano enfermo, cansado y sin dinero. Artabán se vio envuelto
en un dilema por ayudar a este hombre o continuar su camino para encontrarse
con los otros reyes. De quedarse con el anciano, seguro perdería tiempo y los
otros reyes le abandonarían. Obedeciendo a su noble corazón, decidió ayudar a
aquel anciano.
El tiempo había pasado y en el punto de reunión no encontró más a sus tres
compañeros de viaje.
Decidido a cumplir su misión, emprendió un largo camino sin descanso hasta
Belén para adorar al niño, pero al llegar, Jesús había nacido y José y María
estaban rumbo a Egipto, escapando a la matanza ordenada por Herodes.
Artabán emprendió entonces un viaje en el que, por donde quiera que pasaba,
la gente pedía su auxilio, y él, atendiendo siempre a su noble corazón, ayudaba
sin detenerse a pensar que el obsequio de piedras preciosas que cargaba, poco a
poco se reducía sin remedio. En su andar, Artabán se preguntaba: ¿Qué podía
hacer si la gente le suplicaba por ayuda? ¿Cómo podría negarle ayuda a quien la
necesitaba?
Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús ayudaba a
toda la gente que se lo solicitaba.
Treinta y tres años después el viejo y cansado Artabán llegó por fin a
donde los rumores le habían llevado en su larga búsqueda por Jesús. La gente se
reunía en torno al monte Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que,
decían, era el Mesías enviado por Dios para salvar las almas de los hombres.
Artabán no tenía duda en su corazón, aquel hombre era quién había estado
buscando durante todos esos años.
Con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregarla joya pese a cualquier
cosa, Artabán encaminó sus pasos hacia aquel monte, sin embargo, justo frente a
él apareció una mujer que era llevada a la fuerza para ser vendida como esclava
para pagar las deudas de su padre. Artabán la liberó a cambio de la última
piedra que le quedaba de su basto tesoro.
Triste y desconsolado, nuestro cuarto rey mago se sentó junto al pórtico de
una casa vieja. En aquel momento, la tierra tembló de forma brusca y una enorme
piedra golpeo la cabeza de Artabán. El temblor aquel anunciaba la muerte de
Jesús en la Cruz.
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