El
otro día hablando con una amiga, más joven que yo, me decía que había leído
algo que la había hecho recapacitar. El
tema no era, ni más ni menos, que las pocas veces que decimos verbalmente a nuestros
seres queridos que les queremos, que son importantes para nosotros, que nos
sentimos orgullosos de ellos, etc. etc.
Todo
venía a colación a que en una película, en el entierro de un hijo, el padre al
darle sepultura dijo en voz alta: Siempre he estado muy orgulloso de ti, hijo mío. En ese momento la hija que le oye le dice; ¿Y
por qué no se lo has dicho cuando aún estaba vivo?
Yo
creo que a mi “gente” se lo digo pero, por si acaso son pocas las veces que lo
hago, sirva como declaración de mi cariño/amor parte de una carta que escribió
un padre a su hija, con los que estoy totalmente de acuerdo ya que expresa
también mis sentimientos.
“””
Hay una fuerza extremadamente poderosa
para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es
una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás
de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado
por nosotros. Esta fuerza universal es el amor.
El amor es luz, dado que ilumina a quien
lo da y lo recibe. El amor es gravedad, porque hace que unas personas se
sientan atraídas por otras. El amor es potencia, porque multiplica lo mejor que
tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor
revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El amor es Dios, y Dios es amor.
Lamento profundamente no haberte sabido
expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda
mi vida. Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es
relativo, necesito decirte que te quiero y que gracias a ti he llegado a la
última respuesta.
“””
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